domingo, 25 de agosto de 2013
Victor Manuel Gaviria La Luna y la ducha fría
El auto de mi padre deteniéndose frente a una puerta de hierro A través de la puerta abierta y la malla coronada de alambres un patio gris azuloso copado d niños que entran y salen Los mayores en la acera dorada Sus maletas de cuero llenas de visos amarillos las piernas desnudas repentinamente sesgadas por la luz Después de la hierba un alargado charco Otros más pequeños secados por las llantas dee los autos Aquello era el pavoroso y bello afuera Conocí entonces los eucaliptos en los canaletes mezcladas n el polvo hojas secas en forma de cejas de mujer goteras de goma cristalinas pegadas a los troncos que uno desprendía y acumulaba n la mano abierta Por encima de las últimas hojas el cielo azul de las ocho de la mañana vagando como un adolecente sin deberes ¿Qué maestro podría comparársele? Los primeros balones golpeados en el pasto tocándolos pisándolos pateándolos lejos (La cancha: Huella de zapatos en el polvo (el repentino amor de unas sobre otras) bajo carboneros florecidos trs niños de mi edad discutían el día en que empezaba la semana y al frente muchas parejas de niños conociéndose como novios apoyaban las espaldas en la malla de alambre la malla se ahuecaba y temblaba arriba sonaba al separarse los niños repentinamente entusiasmados El patio estaba recién embreado me fascinaba mirar el racimo de hoyitos redondos que las maestras hacían riéndose con sus delgados tacones Los días de un niño eran esos hermosos hoyos hechos cruelmente en el asfalto azul por una mujer joven
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